• Hoy tocan vacunas.

    Te haré entender, y te enseñaré el camino por el que debes andar. Sobre tí fijaré mis ojos. Salmo 32:8.

    La fiebre de Leví no disminuía y aunque estaba segura que no duraría tanto, aún así me sentía con el corazón chiquito de ver a mi hijo sufriendo de fiebre y seguramente otros dolores y malestar en su pequeño cuerpo. Obviamente pude evitarlo, pero reconocer el beneficio para él a largo plazo me hizo querer someterlo a la aplicación de sus vacunas a pesar del sufrimiento que para él implicaría momentos después.

    Como mamá, todo el tiempo quiero evitar su dolor o las cosas que le producen llanto (las agujas pinchando sus pequeños muslos por ejemplo), pero como mamá también es mi deseo que crezca sano, hábil y fuerte en todo.

    Nunca en mi sano juicio provocaría un sufrimiento innecesario a mi hijo a quien amo más de lo que él siquiera imagina, pero como era de esperarse, esta experiencia también trajo a mi corazón una de las enseñanzas más amorosas de Dios en medio de mi caos como mamá. Y es que siendo sus hijos, nuestro Padre ha tenido que usar en repetidas ocasiones nuestras experiencias malas e incómodas para traer a nuestra vida beneficios eternos.

    Así como las vacunas traen a nosotros defensas que a largo plazo protegen de enfermedades incluso mortales, no tengo la menor duda que Dios, aunque presente en nuestras malas circunstancias, permite que estas vengan a nuestra vida para generar a corto, mediano y largo plazo habilidades y disciplinas que más tarde nos ayudarán a enfrentar la vida y el propósito de todo lo que él nos tiene preparado.

    Y es que cuántas veces hemos tenido que ser sometidos a la vacuna de la paciencia, la vacuna del perdón, la vacuna de la espera, la vacuna de la búsqueda constante de él, la vacuna de la disciplina, la vacuna del dolor físico y emocional y la vacuna de la soledad… y así por mencionar unas cuantas. Circunstancias que sacan lo peor y lo mejor de nosotros, circunstancias que nos someten a dolor, a malestar, a incomodidad. Circunstancias en las que no me cabe la menor duda que Dios está ahí abrazando, tratando de aliviar el sufrimiento que todo esto pueda traer pero por más duro e ilógico que parezca, así como yo con Leví, sólo permaneciendo a mi lado, dejando que todo esto suceda.

    Yo sé que el cuerpo de Leví creará anticuerpos. Dios sabe que su Espíritu Santo producirá en mí gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y dominio propio. Y porque lo sé no quiero evitarlo; así mismo, porque Él lo sabe, no puede evitarlo.

    Y es que sólo me resta confiar en el Dios que conoce, que permanece y que me ama, que jamás me sometería a algo sin tener para mí un camino hecho que lleva a la más gloriosa experiencia de todas: formarme en esta vida a la imagen de Cristo y llevarme constantemente a Él.

    ¿Qué «vacuna» está permitiendo Dios en tu vida hoy?

  • Leví aquí estoy…no me he ido…

    Leví aquí estoy…no me he ido…

    Nuestro bebé Levi recién cumplió 7 meses, en este tiempo él ha aprendido muy bien quiénes viven en casa y eso ha logrado un apego mayor hacia nosotros.

    Para mí, la tarea más difícil de la maternidad en este tiempo ha sido la renuncia. Desde hace más de 6 meses (y lo que me falta de vida), mis necesidades pasaron a un plano inferior al de ser madre; cada día mi rutina con Leví es una de mis prioridades, con esto hemos logrado que él pueda diferenciar su momento de dormir, comer, bañarse o jugar. Él sabe que soy su madre, lo sabe por mi rostro, mi olor y mi voz, y aunque eso es una maravilla, en ciertos momentos limita mis movimientos y acciones; el que me conozca provoca mucha más cercanía y por lo tanto que yo permanezca en el menor radio de distancia posible porque cuando no estoy cerca, según la percepción de Leví, es inevitable que se sienta solo y llore sin parar.

    A través de esto he encontrado ciertos mecanismos para que él sepa que estoy cerca, que mamá no lo ha abandonado. Al momento de cocinar, ordenar la casa o ducharme, lo coloco en un lugar visible y hablo en voz audible diciendo: «Leví aquí estoy… mamá no se ha ido…». Aunque eventualmente siempre llora al no ver mi rostro, eso me da un poco de tiempo para avanzar en algunas cosas.

    Algo de lo que Leví no está aún consciente es que yo no quiero irme de su lado. No estoy con él por compromiso u obligación. Permanecer al lado de mi hijo es mi deseo siempre, pero él aún siendo bebé solamente se siente tranquilo cuando activamente ve mi rostro.

    Sé que Dios tampoco quiere irse de mi lado, así como Leví se desespera al no verme, mi fe muchas veces se transforma en bebé; una fe que no puede ver más allá ni ser conciente del propósito de Dios a mi alrededor, una fe que necesita tocar las heridas de Jesús para creer que él cumplirá a cabalidad lo que prometió, una fe que llora y se desespera al no escuchar la voz de Papá y que se alarma sin motivo cuando claramente, aunque el silencio, él permanece ahí.

    Renunciar a lo conocido y cómodo no me ha resultado fácil; áreas como lo laboral, familiar, social y la vida de iglesia me daban a mis días cierto valor que a la larga me produjo un acomodamiento y dependencia en muchas áreas personales.

    Me encuentro en una etapa en la que Dios está podándome, toda clase de ramas secas, hojarasca e incluso partes alrededor de mí que parecían buenas pero que al final solo estorbaban el crecimiento de más fruto. Renunciar a todo eso ha producido que en ocasiones me perciba a mí misma en soledad y sin nadie alrededor, pero lo que yo siento no es siquiera comparable a la realidad de que mi Padre permanece conmigo. Una de las libertades de ser su hija es que puedo ser quien soy, él no necesita nada de mí más que mi yo genuina dispuesta a obedecer su voluntad y su voluntad siempre será guiada por su amor hacia mí. En mi fe algunas veces como un bebé, Él sigue sosteniendo mi corazón y con voz amorosa y audible me repite: «Rebe aquí estoy… No me he ido…»

  • Tomé la herramienta de la maternidad y guardé la del doctorado.

    Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas. Efesios 2:10.

    Fui criada por un papá súper disciplinado. En casa todo debía estar ordenado y bajo supervisión. Mi papá tenía una caja de herramientas llenísima de cosas, pero a pesar de la cantidad de utensilios, él siempre siempre mantenía su orden, a tal punto de reconocer cuando mi hermano o yo tomábamos algo, no importando el esfuerzo sobrenatural que hacíamos por colocarlo como lo encontramos, mi papá conocía perfectamente la posición y utilidad que él mismo establecía para cada una.

    Siempre quise ser mamá. Profesionalmente como médico, Dios me ayudó a lograr establecer una relación entre mi carrera y mi caminar cristiano.

    Me di cuenta de mi embarazo el 8 de abril de 2022 y en ese momento supe que ese sería por ahora, mi último año ejerciendo diariamente mi profesión.

    Ese mismo año (2022), Dios preparó mi corazón para la maternidad y una de las lecciones más importantes fue la de las herramientas. Al igual que mi papá conoce lo que le pertenece, Dios puso en nosotros dones, talentos, habilidades y experiencias, cada una de ellas cumple un propósito maravilloso en las manos de aquel que los conoce porque él los creó.

    Para mí, una de las tareas más difícil fue arrancar de mi mente que sólo soy doctora. Durante mis años de ministerio tuve que aprender que Dios hizo más de mí que lo que profesionalmente realizo.

    Después de graduarme estuve 3 años fuera de la medicina y en todo ese tiempo realicé varios trabajos:

    • Ayudé a construir casas con misioneros canadienses.
    • Fui parte de un grupo para pintar las paredes de una casa donde se ayuda a niños con escasos recursos.
    • Múltiples veces ayudé a en la traducción de grupos de misioneros.
    • Asistí por medio de una organización, a centros penitenciarios para impartir charlas sobre valores cristianos y salud sexual.
    • Acompañé a la rehabilitación de personas en riesgo (trabajadoras del sexo, expandilleros, exdrogadictos).
    • Dios me dio la oportunidad de asistir a viajes misioneros, etc.

    No escribo esto con jactancia, sino para compartir que yo desconocía totalmente todas esas facetas en mí y estoy segura que esas experiencias fueron herramientas que me prepararon para este momento.

    Yo no soy doctora Rebeca. Soy Rebeca, y como hija de Dios debo ser funcional bajo cualquier circunstancia que Dios coloque en mi vida.

    He entendido que la medicina es una herramienta para el Reino de Dios, pero es sólo eso, un utensilio más colocado en una caja donde hay muchas otras opciones a utilizar y el dueño de esa caja está en la total libertad de usarla cuando él requiera, y yo debo estar dispuesta a eso a pesar de mi orgullo o la percepción que otros tengan de mí.

    Dios ha guardado por el momento la herramienta del doctorado y tomó la de la maternidad. Estoy segura que en su amor, él sabe que… ¡es nueva! ¡nunca antes usada! y por lo tanto brillante y reluciente, pero que con el tiempo (como cualquier otra herramienta) aparecerán rozaduras, golpes, rallones o alguna pieza rota, pese a esto, no dudo que el dueño fiel de la caja la conoce y que todos esos daños son necesarios porque está siendo algo útil en las manos del Maestro.

    Aunque difícil en ocasiones, estoy disfrutando con todo mi corazón esta etapa y este rol, porque cuando el tiempo pase, mi Padre tomará de mí lo necesario para sus Eternos propósitos y mi ser completo deberá estar dispuesto y disponible SIEMPRE.

    ¿Es el anhelo de tu corazón ser útil en las manos del Dios que te conoce?

  • ¡Hola mundo!

    Bienvenido a WordPress Esta es tu primera entrada. Edítala o elimínala para dar el primer paso en el periplo de tu blog.

Diseña un sitio como este con WordPress.com
Comenzar